jueves, 24 de noviembre de 2016

El día que me dí cuenta de mi sobrepeso

Toda la vida fui rellenita.
Supongo que la falta de ejercicio físico y el hecho de comer las cantidades incorrectas influyeron en eso, así como el hecho de estar en desarrollo y el comer sano balancearon al punto en que, por más que tenía mi pancita, no era una bola. Asumo que pensé que podía mantenerme así toda la vida, bastante ingenuo de mi parte.
Hace dos años el short del verano anterior ya no me quedaba, pero uno crece como hasta los 28, ¿no? o al menos con eso lo justificaba cada vez que una remera, un pantalón, una falda o incluso la ropa interior ya no me quedaba. 
Llegó el día en que me tocó despertarme, estaba en una tienda de ropa probándome jeans y la realidad me pegó, no había un solo talle que me quedara. El que lograba pasar por mis piernas no me cerraba, y así con todos hasta que me trajeron el talle más grande que tenían (que sí, por regla general en un local de ropa promedio no es un talle ultra XXL, pero es un talle grande), y a fuerza logró cerrar. Ese tiempo con la empleada al otro lado de la puerta preguntándome constantemente "¿cómo te queda?", el calor de las luces en ese probador minúsculo, estar constantemente cambiando y forcejeando con los pantalones, y ese espejo reflejándome el problema, ya no podía ignorar que había explotado.

La última vez que me había pesado la balanza marcaba 68kg, eso había sido hace bastante tiempo, pensar que todavía me daba la cara para responder con ese número cuando alguien me preguntaba mi peso.
Compré una balanza, no quería seguir ignorando mi salud, y no me sentía cómoda con mi peso, lo sentía muy presente y evitaba salir de casa lo más que podía. 

94kg

Casi 100kg, sedentarismo, con salud en picada, autoestima por el piso, 2 mudas de ropa fijas (porque nada más me quedaba), y deprimida. La combinación perfecta.

Intenté una y mil veces bajar de peso por mi cuenta. 
Probé cientos de dietas "milagrosas" que encontré en internet, intenté moverme más saliendo a caminar, pero ver que los resultados no se reflejaban ni en el espejo ni en la balanza tan rápido como esperaba, me desanimaba y me llevaba a abandonar.
Llegué a perder la oportunidad de ingreso un trabajo que realmente quería, no estuve en forma suficiente para superar el test de Cooper, lo perdí por 400 metros. Terminé el día llorando.

Hace unos meses comenzó mi etapa de examinar la posibilidad de integrarme a un plan de pérdida de peso, una empresa especializada en esa área que forma grupos asesorados por un nutricionista, un método que se maneja con la motivación de grupo y generalmente cuentan con sus propias instalaciones (algunas más grandes otras más chicas) en las que cuentan con salas de aparatos y clases de actividades aeróbicas a las cuales te marcan ir obligatoriamente unas tres veces por semana.
Buscando la solución a mi limitada falta de voluntad para perder peso por mi propia cuenta decidí ir a una charla con una de esas empresas.
El sitio era pequeño, al entrar se apreciaba una oficina a la derecha, un salón a la izquierda con un grupo en sesión, y a unos pasos de la oficina se apreciaba un pasillo que llevaba al pequeño gimnasio y una sala de espera que fue donde nos indicaron sentarnos (me acompañó mi madre, persona que me propuso la consulta y que lleva un estilo de vida activo, va al gimnasio todos los días y es bastante dedicada a su estado físico).
No eramos las únicas, otras mujeres estaban en la sala esperando a la misma charla.
Nos guiaron por las instalaciones, nos explicaron que el plan de alimentación se fijaba por persona pero que de resto todas las reuniones eran grupales, incluso el pesaje era grupal, y que el método constaba en apoyarse unos a otros y tratar de superarse y superar, incentivarse también comparando el avance en el peso de uno con el de otro compañero de grupo, se tenía que ir si o si al menos tres veces a la semana al gimnasio que tienen ellos ahí mismo, y no hacer menos de una hora de ejercicio, de resto podías anotarte en las clases de zumba y otros ejercicios aeróbicos que ofrecían sin costo adicional. 
Terminó la charla y empezó la negociación. 
Nos guiaron a mi madre y a mi a la pequeña oficina, nos plantearon un costo por tratamiento de cerca de unos 720 dólares por unos 4 meses, las formas de financiación, y obviamente el descuento especial si firmaba contrato en ese momento.
Está bien, es su negocio y probablemente la chica que nos atendió comisione por cada contrato firmado, pero realmente presionó demasiado, y eso sumado a que la idea de bajar de peso en grupo no me gustaba en lo más mínimo, así como tener que trasladarme al menos tres veces por semana a una distancia considerable de casa para ejercitarme, y volver en transporte público hecha una masa sudorosa. 
No era para mí.

Yo: "Me gustaría hablarlo con mi padre y analizar bien la propuesta" (excusa que se me ocurrió en el momento".

Vendedora: "No hay problema, te presto mi teléfono para que lo hagas ahora".

Fue media hora de diálogos similares, yo tratando de evadir y huir, la vendedora de retenerme a toda costa y enfatizando en el descuento. Por suerte al final nos dejó ir sin tener que desenfundar la tarjeta de crédito.
Esa experiencia fue suficiente para no querer volver siquiera a considerar un grupo de pérdida de peso, así que volví al ruedo con mis dietas por internet y mis caminatas esporádicas.

Eso hasta hace dos días, fue cuando mi madre me dijo:

M - "¿Tenés algo que hacer el Jueves a las 6?.

Yo - "No, ¿por?".

M - "¿Te parece si vamos a LAIN a consultar por un programa para vos?".

Y acepté, incluso si dudaba de sus métodos, estaba consciente de que no era otro grupo de pérdida de peso, tal vez esta vez el plan era para mi.




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